El fin de semana camine por las calles de una hermoso barrio, que como dice la canción "de casas
pequeñitas, por tus calles tranquilas
corrió mi juventud", debo decir que en medio del asfalto extraño el calor de las cuatro de la tarde y la vista que tienen a su derecha cuando
abría la puerta y miraba hacia allí...
Debo decir que
también extraño mi lugar, ese que he compartido con muy, pero muy pocas personas, ese en el que me encantaba sentarme a pensar de vez en cuando y porque no, ver formas humanas en troncos, sentir correr la laguna aún
después de desaparecer y pensar en el
árbol perfecto para quedar colgada algún buen día.
Esta estadía en esta ciudad me ha llenado más de cosas, de tinta negra en los pulmones, de vino tinto, de ruido, de compañía, de amistad...
En mi apto, podemos estar mi hija, mis gatos, todos puras ficciones, pues mi hija ni habla y mis gatos no son mios aunque vivan al frente de mi ventana.
Cambiar de ambiente no ha sido
difícil, no he sufrido profundamente por no tener el espacio que antes habitaba, ni por la caminata a las diez de la noche en medio del desespero, ni el ruido de los zancudos en mi cara, no ha sido
difícil, lo realmente
difícil sigue siendo mantenerme pues nada de esto ha sido suficiente para que logré creer que vivir tiene algún sentido.